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Y el demonio dijo - Dame 10 almas...
Sin bacilar mucho decidí darle las almas de mis mejores amigos de la infancia, sabría que ellos no se opondrían, pues habían sido mis compañeros fieles, en diferentes momentos de enfermedad y soledad...
Fueron tan fieles, que después de dos décadas de no frecuentarlos, acudieron a mi llamado inmediatamente, sin pretextos, como en un sueño. Ahí estaban, en medio del brillo azul de la noche, provocado por la luna llena que se colaba a través de los vitrales en aquella casa rústica.
Eran la mujer virgen, rubia, blanca, desnuda, de cuerpo soñado; el niño con vestido azul que caminaba; la apiñonada gordita de cabello castaño que tanto envidié cuando jugábamos; la güerita simpática a quien como travesura de niña, jugando al salón de belleza le corté el fleco; mi primera amiga de sonrisa franca y cabello rojizo; la niña pesada que fue mi amiga desde los dos años; la que se sentaba al lado de mi cama cuando estaba enferma, con su listón rojo; los dos pequeños diminutos que parecían gemelos, aunque yo nunca noté el parecido cuando niña, a ellos que conocí en su escuela; y finalmente la sirena encantada cuyo cabello rizado amé tanto, que lloré cuando se despeinó, tal vez porque a la edad que ella apareció en mi vida, ya  podía comprender la importancia del cabello para una mujer.
Ahí venían los 10, caminando por su propio pie... Me dio tanta alegría verlos después de tanto tiempo que me pregunté a mi misma ¿Cómo me atrevería a darle sus almas a aquel demonio desconocido? Aquel demonio que ni siquiera había invocado, puesto que cuando entré a la alcoba el rito ya se había consumado, pero los asistentes ya no se encontraban, sólo estaba aquel demonio, al que por cierto solo pude escuchar decir "Dame 10 almas".
Tampoco comprendo por qué fueron justo esas 10 almas las que se cruzaron en mi mente, quizá porque suelo arriesgar poco, y antes de ese momento yo pensaba qué ellos eran poco, que su alma era menos valiosa que la de otros...
En medio de mi corta reflexión, el pequeño caminador me dijo - No te preocupes, nuestra alma pura, no se puede contaminar con los males, así que iremos con el demonio y regresaremos intactos.
Sentí tanta tranquilidad cuando él me dijo eso, y me dio gusto saludar a un amigo de hace tanto tiempo, que pensé que ya  no los podría dejar ir, mejor iría con ellos.
Así que  caminamos, por los salones interminables de la casa de pisos de caoba negra, había más de una sala ataviada con hermosas alfombras persas de fondo blanco, con decorados amarillos y azules. Caminamos mis amigos y yo hasta llegar a un balcón, mientras seguíamos al demonio.
Imágen del juego Limbo
 Entonces el demonio desapareció, sin llevarse aquellos 10, que tarde comprendí que no eran almas verdaderas, sino más bien 10 fragmentos de mi propia alma repartida en sus inmutables cuerpos, que eran los phylacteries de mi más tierna infancia, la que se dividió en el ritual alquimista de mi conversión a adulta y en la plegaria de ser niña por siempre; un alma que se partiera para vencer la soledad y en busca de la compañía; mis amigos eran los trozos de mi alma que vivieron conmigo el miedo a los demonios, y que a lo largo de los años, perdieron el miedo también conmigo, pero que quisieron permanecer en la plenitud de una infancia inmaculada y eterna...
No sé como llegué a la cama;  pero recuerdo haber despertado a la mañana siguiente, dirigirme al patio de aquella enorme casa, que por fuera era blanca, de piedra sin pulir, de vitrales elegantes y de barrotes negros que cubrían las ventanas; y ahí bajo el cielo, sentada en una banca, le platiqué a alguna vecina en medio de la tenue luz de la madrugada: "Anoche un demonio me pidió 10 almas..."


Caminaré por los túneles de esta ciudad desconocida que está sumergida en la niebla del miedo y la desconfianza, aun cuando debajo de la tierra no debiera haber niebla... aunque eso se siente en cada paso que das, la desconfianza que te envuelve cómo una niebla espesa, pero NO es una desconfianza común, NO es aquella que sientes porque tengas él temor a que te roben lo poco que tienes o te engañen, es aquella desconfianza que sientes cuando pisas las piedras del túnel y sabes que ellos no son humanos... es aquella que se respira en el aire, más aún, que se siente en el aire... Pero quiera o no, caminaré por los túneles y pisaré las rocas, y mantendré amarrado a mi ser ese sentimiento de suicidio, pero no aquel qué te dice que no vales la pena y no quieres vivir... 

¡No!... ¡Porque yo si quiero vivir!, ¡Sé que vale la pena que esté aquí!... es sólo que algunas veces siento que las vías me piden que corra hacia ellas, me atrapan con sus manos invisibles y me jalan para que mi cuerpo muerto y destrozado se recueste en ellas, pero yo no quiero ir, nada más que ellas insisten en que "debo" avanzar hacia su oscuridad y esperar el tren desde allá abajo.

Con todo esto, caminaré por los túneles de esta ciudad desconocida, caminaré... ¿O caminé?, porque más bien creo que caminé, que estoy en el pasado esperando a que pase el tren, ya que todo a mi alrededor se ve muy viejo... aunque me pregunto si ya existirá el tren, porque todo lo que veo es una caverna, y la gente en la orilla esperando, gente que me atemoriza porque no confío en nadie, sin embargo sé que tengo que hablar con ellos, porque tengo que preguntarles a dónde ir, pues eso es algo que yo no sé.

Caminé por los túneles de la ciudad desconocida, y me acerqué a la gente, y pregunté, y la gente no respondía con palabras humanas, sólo chillaban y gritaban, porque no eran gente... eran demonios, unos demonios que primero eran gente, pero que tal como sucede en el juego de los encantados, al ser tocados sus oídos por mi voz, son descongelados, igual que cuando eres niño y tocas a tu amigo con la mano y puede correr y seguir jugando, ahora cuando mi voz los alcanza sus caras reblanquecen, sus ojos crecen, su piel sangra.... y chillando y gritando me dicen a dónde ir.

Esto es algo que escribí hace tiempo como un regalo para mi amigo Xavier, es un relato de un sueño que solía tener de pequeña, espero que les vaya bien en este viaje por los pasillos más ocultos de mi mente infantil...

Sólo podía escuchar a lo lejos la televisión en mi alcoba, la cual estaba frente a mi, la vi entre sueños ¿a las 3 am, las caricaturas de Bugs Bunny?.... Cuando al fin pude abrir los ojos vi que mi madre no estaba en su cama, pensé que había ido a la cocina a buscar leche para aliviar su gastritis como solía hacerlo por esos días.

Sentí miedo… no se el motivo, tal vez era solo que no me gustaba estar sola en la oscuridad… no se por qué, pero sentí miedo y quise estar con mi madre.

Traté de ponerme los zapatos, tentaba con los pies en el piso, pero no los encontré, quise agacharme a buscarlos bajo mi cama, pero oí unas voces y no quise mirar:

‐“Mamá, cuando muera quiero ir al infierno”‐ decía una voz de niña con gran ilusión, creo que era mi voz…
‐¿porqué hija?... El infierno es horrible, el infierno no es lugar para alguien como tú. – dijo impresionada “la madre”
‐ porque en el infierno mi alma arderá en compañía del demonio…. Mamá, eso es lo que quiero…

Me sentí asustada, extremadamente asustada, en ese momento no supe cómo fue que esas palabras que acababa de escuchar le abrieron la puerta al miedo y lo invitaron a avanzar rápidamente hasta llegar mi conciencia permitiéndole adueñarse por completo de mi pequeña mente, acariciando cada fragmento de mi piel, pasando por lugares que no sabía que existían en mí… yo no quería quedarme ahí a seguir escuchando mi voz… así que me puse esos zapatos blancos, grandes, de payaso, que estaban ahí…

Bajé las angostas escaleras, con mi vista limitada a ver mis pies, mis pies que no eran míos. Solo podía oír a lo lejos que mi voz seguía hablando, mi voz de niña hablando del infierno… así yo avanzaba lentamente por las escaleras porque tenía miedo, un miedo de esos que te dicen que corras, pero te abraza para que te detengas.

De esa manera llegué a la cocina, ahí estaba mi mamá, como lo esperaba, calentando leche en la estufa, junto a la ventana, una ventana que hasta ese momento yo conocía solo de día y siempre iluminada por la luz del sol, luz que en ese momento no existía ni en mis recuerdos... Cuando estuve acompañada me sentí mas tranquila, aun sumergida en esa profunda oscuridad de la madrugada, recuerdo que hable con mi mamá no se de qué, no quise contarle lo que me ocurría porque seguramente no me iba a creer nada. Los padres suelen decirle mentirosos a los niños de siete años que encuentran fantasmas bajo la cama, ¿qué me diría mi madre si le dijera que encontré miedos bajo mi cama? Y sobre todo ¿que me diría si supiera que en el fondo algo de mi los estaba disfrutando?

De repente escuché pasos que descendían de las escaleras, las mismas que yo acababa de dejar atrás… eran mis pasos, o mejor dicho, los pasos de mis zapatos de payaso, volví la mirada…

Sólo vi a mi madre bajando las escaleras, la vista me susurraba que era mi madre, pero la realidad me decía que mi madre estaba junto a mí, aun así, ahí bajando las escaleras estaba un cuerpo con la ropa de ella muy desalineada … miré bien y lo supe, ahí estaba el, un hombre alto, enorme ante mis ojos, siguiéndome con su sonrisa, una sonrisa que yo no podía ver, que tampoco podía oír, pero sabía que él estaba sonriendo, que estaba burlándose de mi… que venía para llevarme…

Se acercó a mi despacio, como flotando… mi madre no gritó, no se asustó, simplemente desapareció… de repente vi al hombre cerca de mí y me percaté de que en ese mundo sólo estábamos el y yo… y el estaba frente a mí, en ese momento lo único que pude ver fueron sus ojos, de un hermoso color azul turquesa, los más bellos que he visto en mi vida, los más profundamente siniestros que he visto en mi vida, los cuales insistían en buscar los míos, mis ojos que con mucho gusto hubieran huido, pero que ni siquiera tuvieron esa idea, porque estaban atrapados…

Tan presos, que ni siquiera se cual era el color de su piel o de su cabello.

Estando frente a mí y me dijo con esa voz sin sonido, que no recuerdo si salió de sus labios o de su mente, sólo recuerdo su sonrisa… sólo lo recuerdo diciendo:

‐ “Ha llegado el tiempo, vengo para llevarte”

Yo sabía que iba a venir algún día, yo sabía que vendría a buscarme, pero también sabía que ese día no debía llegar, sabía que nunca querría ir. Así que sin pensarlo (realmente no pensé nada) tomé la medalla que colgaba sobre mi cuello, no hice nada más que mostrarle esa pequeña medalla con la figura de una virgen, la cual llevaba desde ese dia de mi nacimiento, y se la mostré… enfrentándolo firmemente y diciendo:” no me iré contigo, no te lo permitiré…”
Al ver mi reacción el hombre frente a mí se rió escandalosamente, alzó su brazo y con un enorme rencor enterró la uña de su dedo índice en mi hombro izquierdo…

Sentí dolor, sentí calor, un calor infernal que poco a poco recorría cada parte de mi cuerpo, incendiándolo por dentro…

Entonces desperté de golpe y el calor seguía ahí, un calor insoportable estaba Dentro de mí, más grande que el de la fiebre… eran las tres de la mañana y mi madre no estaba en su cama…